Sin presencia no hay generación de confianza ni escucha

Hemos hablado de la capacidad para generar un contexto de confianza y de la escucha empática, pero no podremos llevar estas competencias a su plenitud, a su nivel máximo, si no existe por nuestra parte una presencia, una atención plena (= mindfulness).

Si estamos a un montón de cosas a la vez, es imposible que estemos atentos a una conversación, porque nuestra mente escapará a otros lugares a cientos de distancia del aquí y ahora en que se encuentra nuestro cuerpo. Y es así como aparece lo que hoy en día conocemos como “estrés”, ese gran mal que terminamos somatizando.

En nuestra sociedad actual están triunfando muchas disciplinas orientales cuya finalidad no es otra que entrenar nuestra mente para volver al aquí y al ahora, para poner foco e impedir a nuestra mente saltar de un tema a otro sin aparente control. Y recordemos que saber poner foco es una de los grandes requerimientos para ser un buen líder.

“la base del discernimiento, el carácter y la voluntad tiene mucho que ver con nuestra capacidad de traer de vuelta al momento presente de forma voluntaria nuestra atención errante”  

William James

No se trata tanto de evitar que nuestra mente se disperse (difícil con todo cuanto gestionamos al tiempo hoy en día, personal, familiar y profesionalmente) como de ser consciente de ello y saber traerla de vuelta al aquí y ahora.

La presencia en una conversación (tanto en la escucha como en el habla) requiere en primer lugar de una coherencia en nuestro lenguaje, sólo cuando nuestro verbo, nuestro cuerpo y nuestra emoción están alineados y se refuerzan mutuamente, nuestro lenguaje es congruente. Sólo el 7% de lo que decimos es nuestro verbo, el 38% nuestro tono de voz y el 55% nuestra corporalidad. Y nuestra corporalidad, nuestras actuaciones van a depender de la emoción que sentimos. La emoción en si no podemos controlarla o cambiarla, pero si podemos decidir qué hacer con ella, si podemos modificar el pensamiento que me está generando esa emoción. Y es aquí, en nuestra inteligencia emocional dónde está nuestro mayor trabajo a realizar y a entrenar para conseguir plena presencia por nosotros y para el otro.

Pongamos un ejemplo fuera del ámbito laboral pero que fácilmente podamos trasladarlo a una interacción con nuestro superior, con un subordinado, un cliente o un proveedor, y podemos ver rápidamente cuál sería su impacto. Un ejemplo muy sencillo en el que fácilmente podremos identificarnos bien como padres o tíos o bien porque de no serlo aún tengamos la capacidad de recordar cuando una vez fuimos niños:

Imaginemos que nuestro hijo/a viene a contarnos algo que le ha ocurrido en el colegio con algún compañero, algo que si nos detuviésemos a observar su corporalidad, la emoción de su cara, etc., veríamos que es para él o ella muy relevante y le ha afectado en gran medida, pero que conforme nos va contando es a nuestro entender “una verdadera tontería”, por lo que nosotros seguiremos a nuestras cosas, quizá moviendo papeles del trabajo o con algo tan banal como vaciando el friegaplatos antes de hacer la cena para agilizar y que no se acumulen las tareas y se nos haga tarde… en definitiva esta conversación nos está más pronto molestando…

¿Cuál creéis que estará siendo nuestra escucha? ¿Cuáles nuestras respuestas? ¿Cómo se sentirá nuestro interlocutor? ¿Daremos respuesta a su necesidad? ¿Estaremos al tiempo actuando a favor de nuestros objetivos e intenciones con él (de crecimiento, gestión de emociones, obtención de resultados…)? ¿Le estamos ayudando en el logro de sus objetivos? ¿Estableciendo la base para una buena relación de confianza? …

¿Volverá a abrirse a nosotros? ¿Volverá a hacernos partícipes de sus preocupaciones? ¿A informarnos cuando tenga alguna cuestión, duda o problema?

Si, quizá no es una conversación relevante (siempre desde nuestra perspectiva) o no es el momento adecuado para tenerla, pero como adultos, ya sea en nuestro entorno familiar o profesional, tenemos seguro muchos otros recursos para atender, aplazar o gestionar ese momento sin perjudicar esa relación y sin dañar los objetivos finales de uno y otro (sea como padre e hijo o sea entre profesionales).

Es cuando estamos presentes que mejoramos nuestra capacidad comunicativa y nuestra afectividad, estamos abiertos, vacíos de ideas preconcebidas y fluyendo con el otro.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *